En la televisión, de Jorge Guillén.


En la televisión
Televisión. De pronto campo
Confuso de gentes, un día
Cualquiera.
Si es guerra, no hay crimen.
Se ve a un prisionero. Camina
Con paso forzado hacia donde
Se concentra alguna milicia
Que sin más,
vivir cotidiano,
—No hay pompa— dispara, fusila.
La figura del prisionero
Se doblega, casi caída.
Inmediatamente un anuncio
Sigue.
Mercenarias sonrisas
Invaden a través de música.
¿Y el horror, ante nuestra vista,
De la muerte?
Nivel a cero
Todo. Todo se trivializa.
Un caos, y no de natura.
Va sumergiendo nuestras vidas.
¿De qué poderío nosotros,
Inocentes, somos las víctimas?

Y otros poemas, Jorge Guillén.



El poema anterior pertenece al vallisoletano Jorge Guillén, poeta integrante de la denominada Generación del 27. Este es un texto literario muy impactante por el contenido que trata: la trivialización de lo atroz. Guillén intenta expresar de qué manera el hombre se encuentra insensibilizado ante lo bárbaro, y para ello describe en el poema la imagen de un televisor que está emitiendo una guerra y que, en cuestión de milésimas de segundo, pasa a emitir probablemente el típico anuncio publicitario donde todos han comprado un determinado producto y son inmensamente felices en su vida diaria:


«dispara, fusila.
La figura del prisionero
Se doblega, casi caída.
Inmediatamente un anuncio
Sigue.
Mercenarias sonrisas»

«Si es guerra, no hay crimen» y «todo se trivializa» son dos sentencias principales del poema, las cuales llevarán a Guillén a preguntarse qué ocurre con el horror de la muerte ante nuestros ojos, de qué poderío somos las víctimas. Y es que el hombre ha llegado a un punto en el que tiene tan automatizada la realidad que la desconoce. El hombre vive asediado por una agresiva publicidad del consumo que requiere su atención constantemente. ¿Y cómo, ante tantas luces y colores, ante tantos artilugios destinados a llamar su atención, va a fijarse en un simple decorado que por la rutina no le impresiona? Porque el pequeño ser humano es muy impresionable, todo le produce interés y le suscita cuestiones; pero, con el paso del tiempo, llega el momento en el que todo se convierte en costumbre y se automatiza. El adulto necesita cada vez más estímulos para ser impresionado. Aquel niño pequeño que interpelaba a sus padres escandalizado porque vio a un hombre casi desnudo dormir en la calle, ahora camina inerte sin que la más mínima impresión azote su cabeza. 

Las fuertes desigualdades, la violencia o la pobreza han llegado a formar parte de lo que podríamos denominar como el estado normal de las cosas. No es extraño ver cada día más mendicidad en las calles, sino que, por el contrario, lo extravagante sería no verla. Lo que debería ser excepción, poco a poco acaba transformándose en regla, y sorprende la celeridad con la que el ser humano lo acoge en su concepción de la normalidad. Un mendigo, una papelera, una farola o un árbol, no existe entre ellos la más mínima diferencia, todos forman parte del decorado y ante todos reacciona el hombre ya de la misma manera.

Hay una metáfora de Foster Wallace que podemos comentar a propósito de lo que venimos diciendo: 

«Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días chicos ¿Cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: “¿Qué demonios es el agua?”»




Cuestiones para debatir y reflexionar en el aula:
  • ¿Es cierto que cada vez las desgracias ajenas pierden más importancia? 
  • ¿Somos cada vez menos empáticos y menos comprensivos?   
  • ¿Puede la poesía hacernos pensar sobre temas que antes no nos habíamos parado a pensar? ¿Es, entonces, útil y necesaria la literatura?